Prosa costumbrista.
Artículos, M.J.Larra
- Lee el siguiente texto y responde a las preguntas:
A todo esto,
el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de
magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver
claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución
de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los
de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de
trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo,
que esto nunca se supo. […] En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre
el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció
querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel
tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.
El susto fue
general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por
el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente a
este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga, y al precipitarse
sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo,
abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas
sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal
sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere por debajo
de él una servilleta, una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas
ruinas. Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al
pasar sobre mí hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa
desciende, como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi
pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la criada no conocen
término; retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza
con el criado que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las
copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el
más horroroso estruendo y confusión. […]
¿Hay más
desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay para mí, ¡infeliz! Doña Juana, la de los
dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una
fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir
a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don
Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma
copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma
ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin, ¡oh última de las
desgracias!, crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces, piden
versos y décimas y no hay más poeta que Fígaro. […]
–Tiene usted
que decir algo –claman todos. […]
–Me marcharé.
–Cerrar la
puerta.
–No se sale
de aquí sin decir algo.
Y digo
versos por fin, y vomito disparates, y los celebran, y crece la bulla y el humo
y el infierno.
Mariano
José de Larra, «El castellano viejo»
a) Resume brevemente
el texto.
b) Enuncia el tema
del fragmento en una frase.
c) ¿Qué costumbres
critica el autor? (No copies literalmente del texto.)
d) Señala hipérboles
e ironías que aparezcan en el texto.
Léxico
del texto:
algazara: ruido de muchas voces juntas;
eminencia: elevación o prominencia;
azorada: confundida, avergonzada,
ruborizada;
maléfica: capaz de ocasionar daño;
salvilla: tipo de bandeja con unas
hendiduras para asegurar las copas que se sirven en ella; estruendo: ruido
grande;
rehusado: rechazado; indelebles:
imborrables.
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